Los estragos del Covid 19 en mi vida diaria

De una semana para otra mi vida cambió por completo.

Antes de la cuarentena mi día a día tenía muchos pequeños gustitos que llenaban mi mundo de color: vitrinear librerías y tiendas chinas, tomar jugos naturales y desayunar fruta en Plaza de Armas, ir a la calle Rosas a mirar lanas después del trabajo, recorrer calle Mac Iver saludando a mis amigas captadoras que con un abrazo me llenaban de energías, comer gohan, pasear por la plaza Ñuñoa disfrutando de los emprendimientos que llegaron a instalarse tras el estallido social, invitar amigas a tomar tecito y galletas… Tenía tantas cosas que hacer que sólo llegaba a casa después de un largo día a tomar once, ver una película con mi papá y dormir.

Además, había otras actividades frecuentes que me encantaban: ir al cine; cumpleaños familiares donde podía abrazar a mi abuela; juntas de primos donde tomábamos y jugábamos juegos de mesa; junta con amigas, donde arreglábamos el mundo; viajes al sur, donde me desconectaba de todo, comía rico y disfrutaba de mi pololo; y las ferias, las maravillosas ferias frikis, medievales, o de Harry Potter, en las que me invadía una euforia extraña y me sumergía en un mundo aparte, me dejaba llevar por el ambiente del lugar.

Pero tuvo que llegar Marzo, mi jefa se fue del país, llegó el virus a Chile, cerraron las fronteras, se vino la ola de contagios y con ello, las noticias catastróficas y las cuarentenas.

De un momento a otro me quedé trabajo, sin poder salir, sin poder ver a la gente que quiero. Sin poder darme esos gustitos diarios, ni distraerme con las actividades que solía hacer.

Encerrada con mis demonios internos; con demasiado tiempo para pensar, suficiente ansiedad como para impedirme hacer algo productivo, mucha preocupación por el futuro de mi familia y amigos, estrés, pena, angustia, rabia, desesperación.

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